Los 10 errores más habituales a la hora de tomar decisiones

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No aceptar la realidad o ser esclavo de las modas son errores frecuentes al tomar decisiones, tal y como explican Miguel Ángel Ariño y Pablo Maella, autores de Con la misma piedra, libro de Empresa Activa en el que analizan este fenómeno.

A continuación, una entrevista con los autores.

Universia Knowledge@Wharton: En su libro hablan de los 10 errores que todos cometemos al decidir, ¿cuáles son?

Miguel Ángel Ariño: 

  • Buscar la decisión perfecta, o lo que es lo mismo, tenerle tanto miedo a equivocarnos que nos pongamos una presión innecesaria al decidir para no fallar. Equivocarnos nos vamos a equivocar, como seres humanos que somos, pero eso no es un problema, porque en circunstancias normales casi todas las decisiones son reversibles. Lo que sí puede ser un problema es buscar la perfección en toda decisión. Tener esa pretensión es ya un error en la toma de decisiones.
  • Ser poco realista, es decir, confundir lo que nos gustaría que fuese la realidad con lo que de verdad es. Muchas veces decidimos mal porque nos engañamos a nosotros mismos y nos convencemos de que la realidad es como nos gustaría que fuese, en vez de como realmente es.
  • Hacerse trampas. En verdad no somos tan racionales cuando decidimos. Para empezar, el modo como se nos presentan las situaciones condiciona nuestra elección. Algunos profesionales del marketing saben que las personas tendemos a autoengañarnos y lo usan en sus estrategias.
  • Decidir según las modas. Pensar puede resultar engorroso. Es más fácil y cómodo hacer lo que hacen otros si además parece que tiene sentido. Eso es precisamente lo que hicieron los directivos en la crisis de las puntocom: comprar empresas que no eran nada por auténticas millonadas. Al final, como no eran nada, desaparecieron y dejaron a los compradores con grandes pérdidas.
  • Precipitarse y arriesgar más de lo necesario. Muchas veces pensamos que tenemos que decidir rápidamente y arriesgar por ello, cuando realmente son muy pocas las ocasiones en las que de verdad tenemos que decidir con tanta urgencia. La prisa no es valor, es una fuente de error y nos lleva a asumir riesgos que de otro modo serían perfectamente evitables.

Pablo Maella:

  • Confiar demasiado en la intuición. La intuición es un elemento positivo en la toma de decisiones, pero detrás de la pretendida intuición mucha gente esconde falta de razonamiento en la toma de decisiones. La intuición sólo es válida cuando uno es un gran experto en el tema en el que está decidiendo, y además esa intuición es razonable. Hay veces que las personas apelamos a nuestra intuición como vía para justificar decisiones que no son más que caprichos personales.
  • Ser prisionero de las propias ideas. Ante una situación nos comprometemos inicialmente con una determinada alternativa, y a partir de ahí la defendemos como si no hubiera otra alternativa posible. Suele ser muy difícil que cambiemos nuestras decisiones porque nos cuesta mucho salir de nuestra postura inicial. Como no nos gusta escuchar los argumentos que no avalan nuestras decisiones, tendemos a ignorarlos sin considerarlos, aunque sean válidos.
  • No considerar las consecuencias de nuestras decisiones. Tomamos una decisión para que resuelva un problema que tenemos pero con frecuencia no consideramos si la decisión va a tener consecuencias peores que el problema que pretendemos resolver. Podemos, por ejemplo, decidir que nuestro hijo, incompetente para el cargo, dirija nuestra empresa familiar cuando nos jubilemos. Esa decisión resolverá el problema de qué hacemos con nuestro hijo y de quién dirigirá la empresa cuando no estemos, pero creará nuevas dificultades todavía mayores, como es la propia viabilidad de la organización.
  • Sobrevalorar el consenso en la toma de decisiones. Tendemos a pensar que las decisiones en grupo suelen ser mejores que las tomadas individualmente, pero no siempre es así. Buscando el consenso nos acomodamos a las decisiones de los demás y no acabamos de manifestar nuestros verdaderos puntos de vista, y con ello se empobrece la calidad de las decisiones. Las reuniones de trabajo son un claro ejemplo de este error tan común en las empresas: no decimos lo que de verdad pensamos para no sentirnos rechazados por el grupo y tendemos a apoyar las ideas de la mayoría dominante.
  • No llevar a la práctica lo que hemos decidido. El proceso de toma decisiones no acaba cuando se toma la decisión, sino que finaliza cuando se ha implantado. Un error frecuente es decidir pero luego no aplicar la decisión, o bien porque no hemos puesto la suficiente fuerza de voluntad para hacerlo, o bien porque terceras personas clave para su implantación no han sido previamente persuadidos para que nos apoyen. Damos por supuesto que los demás apoyarán nuestras decisiones, y no gestionamos previamente su adhesión. A la decisión le tiene que seguir la acción, si no no vale para nada.

Artículo de knowledgeatwharton.com.es [Pinche aquí para leer el artículo completo]

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