Capítulo 9

CAPÍTULO 9

En los años sesenta, se vivió en España la época que se ha conocido como del desarrollo, o del desarrollismo, en la que se produce un prodigioso aumento de las actividades económicas e industriales para las que se demandaba un creciente número de titulados técnicos superiores. Ello obligaba, entre otras cosas, a aumentar el número de Escuelas de ingenieros que, no se olvide, en aquella época estaban situadas todas en Madrid excepto industriales que tenía además Escuelas en Bilbao y Barcelona. El restablecimiento de la de Sevilla es el resultado de ese impulso de expansión de las enseñanzas técnicas, que se pretendía que fuese al mismo tiempo de renovación en la formación de los titulados, y al que hay que sumar, en esos mismos años, la de Minas de Oviedo, la de Caminos de Santander y la de Agrónomos de Córdoba, junto con el Instituto Nacional de Informática, con sede en Madrid, también innovador en la forma de impartir las enseñanzas y en la propia estructura del centro. Además, en ellas se pretendía una ruptura con el sistema tradicional de formación de los ingenieros. Pero, aunque esto no se produjo, se empezaron a crear escuelas de ingenieros por todo el país.
Con la creación del título de Doctor Ingeniero se empezó a desarrollar en las Escuelas españolas, de una forma institucional, investigación técnica; lo que hasta entonces había sucedido de una forma más bien esporádica.
La Escuela de Sevilla, como se ha recordado un poco más arriba, renació en 1963. Se creó con la pretensión de ser una escuela piloto en la que se ensayasen nuevos procedimientos pedagógicos con los que, como con un talismán, se suponía que se reduciría de forma sensible lo que se denomina tasa de fracaso en las escuelas de ingenieros. Para ello se recurrió a la supervisión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que elaboró un plan de estudios experimental tanto por lo que respecta a las asignaturas que lo formaban como a la manera de impartirlas. El plan de estudios estaba recogido en el llamado “libro amarillo” que fue en aquellos años el sello de identidad de la Escuela. Se dedicaba cada día a una única asignatura, durante cinco horas, que se repartían en una primera, llamada magistral, en la que se impartía la clase teórica correspondiente a la jornada, y las cuatro horas restantes se dedicaban a trabajos prácticos en grupos de unos 15 alumnos. Con independencia de la valoración que se pueda hacer de este método es evidente que resultaba exageradamente costoso, lo que ya de por sí gravaba irremisiblemente el conjunto de la experiencia.
Además, se proponían cambios radicales en la propia estructura de un centro de enseñanza superior. Por ejemplo, se confió la Dirección a una personalidad que no procedía del mundo universitario, sino del mundo de la empresa, y que carecía de experiencia en la enseñanza. Asimismo se intentó que el acceso al cuerpo docente se realizase sin las tradicionales oposiciones a cátedra; y así se nutrió ese cuerpo durante los primeros años de existencia de la Escuela.
Pero a principios de los setenta se produjo la difícil integración de la Escuela en la Universidad de Sevilla, en la que las peculiaridades del centro resultaban difíciles de asumir. Todo ello determinó que a mediados de ese decenio hubiese que organizar un plan de homogenización con el resto de las Escuelas de Ingenieros Industriales. La OCDE había considerado terminada la experiencia y el propio Ministerio perdió interés por ella. Acaso la experiencia sevillana requiriese un estudio pormenorizado, pues no ha sido objeto de ningún análisis detenido siendo así que fue una experiencia muy cara y de la que no parece haberse sacado ninguna consecuencia, como no sea su inviabilidad.
En todo caso, a mediados de los setenta se tuvo que refundar la Escuela adoptando un perfil homologable con el de las otras de industriales existentes en España, lo que se consiguió laboriosamente tras vencer múltiples dificultades tanto internas como externas. Desde la Dirección hubo que cambiar las piezas de una máquina en pleno funcionamiento, a partir de una nueva concepción, y sin que esa máquina se parase. Así se sentaron las bases de lo que sería la floreciente Escuela posterior. Se aprovechó esa homologación para realizar una profunda metamorfosis en el profesorado que se transformó del clásico en tiempo parcial, que se limitaba exclusivamente a ejercer la enseñanza, en otro de dedicación exclusiva que empezó a abordar labores de investigación técnica, y así un exponente claro de esa refundación se tiene si se considera el cambio que se produjo en el cuadro de profesores. La renovación fue casi total, y gracias a ella se incorporaron tanto docentes provenientes de otras partes como una generación de titulados en el propio centro que acometieron con ardor y entusiasmo la ardua tarea de su transformación. A principio de los años ochenta el número de profesores que quedaban de los que formaron parte del decenio fundacional de la Escuela se había reducido a solamente unos pocos. Con esa transformación se empezaron a desarrollar actividades de investigación técnica industrial, en consonancia con lo que estaba ocurriendo en otras escuelas andaluzas.
En fin, en otro orden de cosas, hay un detalle que conviene reseñar. En el año 1994 se crea la Real Academia de Ingeniería de España en cuya nómina se cuentan hasta sesenta numerarios. Pues bien, cinco de ellos obtuvieron el título de ingeniero industrial en Sevilla y si a ellos sumamos otros dos (el añorado Antonio Barrero, y el segundo Presidente de la Academia que estuvo aquí unos años cruciales para la renovación de la Escuela) resulta que siete académicos están, o han estado, vinculados a la Escuela de Ingenieros Industriales que se forjó en la avenida de Reina Mercedes. Pocas Escuelas pueden alardear de que una fracción tan abultada de miembros de la Academia de Ingeniería tenga alguna ligazón con ella.
La Escuela se fundó, como es bien sabido, como Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Gracias a su traslado al magnífico edificio que ahora a la alberga, reutilizando una de las edificaciones emblemáticas de la Expo del 92, ha sido posible que otras titulaciones se hayan adherido, con el tiempo, a la matriz y hoy en la Escuela, también se pueden cursar las titulaciones de Ingeniero de Telecomunicaciones, Ingeniero Químico, Ingeniero Aeronáutico y recientemente Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Un magnífico plantel de posibilidades de formar profesionales de alta cualificación para la industria y la actividad productiva andaluza.